martes, julio 27, 2004



LA MIRADA DEL SUFRIMIENTO

La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, es una obra artística conmovedora, aunque no está exenta de efectismos. No hay indicios en ella de antisemitismo sino que, al contrario, aboga por el perdón


Sin ánimo alguno de enmendar la plana a los competentes críticos de cine de este diario, me gustaría tratar de la polémica película de Mel Gibson desde el punto de vista fílmico-histórico –que es mi terreno profesional– pero no teológico, porque doctores tiene la Iglesia.

Ante todo, el nuevo filme producido y dirigido este célebre actor neoyorquino destaca por su cuidada puesta en escena. Entre las numerosas películas sobre la pasión de Cristo que han visto la luz después de las siete primeras rodadas en 1897 (según el inventario de la tesis de Montserrat Claveras, Jesucrist a través del cinema), la obra de Gibson se situaría junto a las mejores. Es obvio: ha sido acometida con enorme gusto estético y posee un guión técnico riguroso, aunque limitado a las 12 últimas horas de la vida de Jesús de Nazaret en la tierra.

No obstante, me ha extrañado que en los títulos de crédito no se mencione la fuente secundaria del guión coescrito por Gibson: las revelaciones particulares que tuvo la mística alemana Ana Catalina Emmerich (1774-1824), publicadas en su libro La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que como ocurre con esta clase de comunicaciones sirven a la persona interesada pero no necesariamente a las demás.

The Passion of the Christ ha sido acusada de antisemita. Personalmente, no he apreciado el más mínimo ataque o crítica subrepticia al pueblo judío. Y me he preguntado si no será porque estamos ante una versión realizada por productores ajenos a los profesionales que controlan el negocio cinematográfico estadounidense (puede consultarse a este respecto el libro de Neal Gabler, An Empire of their Own. How the Jews Invented Hollywood). Gibson, oscarizado en 1995 por Braveheart, siempre fue un poco marginal en la Meca del Cine.

Resulta muy convincente la banda sonora del filme –hablada en arameo y latín–, con unos diálogos sólo subtitulados que imprimen mayor realismo al conocido relato. En cambio, la banda musical tiene un ligero sabor efectista, aunque sirve para añadir fuerza a la narración. El montaje analítico, los bien ensamblados flash-backs, el ritmo mantenido y la ambientación están muy logrados.

Rodada en escenarios naturales y reconstruidos –en el sur de Italia y en los estudios romanos de Cinecittà–, uno se siente metido en los parajes y calles de Jerusalén, con gran realismo también en los decorados y vestuarios. Mel Gibson merece un sobresaliente en este apartado.

Otra de las cualidades de la película es la interpretación: Jim Caviezel encarna al Jesucristo más creíble que se ha visto en la pantalla, con una iconografía inspirada en Caravaggio. También resultan muy conseguidas las figuras de Poncio Pilato, Simón Pedro, Simón de Cirene, María Magdalena y María, la madre de Jesús. La secuencia central, la del Calvario, es una de las mejores jamás filmadas. La profunda mirada de Jesús interpela a todos los personajes y golpea al espectador.

Sin embargo, La Pasión de Cristo posee un punto discutible: en su buscado hiperrealismo, incide en la violencia. No elimina con la elipsis las brutalidades de las situaciones límite, sabidas por los cuatro Evangelios. La sangre del protagonista parece salpicar al público, que queda impactado ante la flagelación, subida al Calvario y muerte en la cruz. No obstante, está muy en la línea de los tradicionales vía crucis o algunas procesiones de Semana Santa. Lo que ocurre es que nadie se había atrevido a ponerlo en imágenes con tanto realismo. Aquí –como refería un colega– no hay espectáculo, hay sufrimiento.

Ciertamente, se trata de una obra artística conmovedora, no exenta de efectismos, pero que aboga por la paz y el perdón, a la vez que contextualiza el entramado político de aquel histórico proceso. Por tanto, los sentimientos que provoca la película en el sufriente espectador son de verdadera hondura emocional, moviéndole a reflexionar íntimamente sobre la misión de Cristo en el mundo. El mismo Gibson afirmaría: “Mi mayor esperanza es que el mensaje de esta historia de tremendo coraje y sacrificio pueda inspirar tolerancia, amor y perdón”.

Otra cosa es la insólita comercialización que los norteamericanos están promoviendo con un filme que está batiendo récords taquilleros (prevén llegar a 400 millones de dólares en Estados Unidos cuando sólo costó 30). Pero eso ya es un fenómeno sociológico que nos excede.

“Realmente, quería expresar la magnitud del sacrificio, al mismo tiempo que su horror. Pero también quería una película que tuviera momentos de verdadero lirismo y belleza, y un permanente sentimiento de amor porque, a fin de cuentas, es una historia de fe, esperanza y amor”. Es el argumento que utiliza Gibson para justificar el filme.

La extrema crudeza de algunas escenas pone reservas a la película para un público menor. Sólo los adolescentes y adultos podrán gozar de esta reconstitución histórica del arte cinematográfico.

(Publicado en El Periódico de Catalunya, 11-IV-2004).

sábado, enero 31, 2004


LA CREATIVIDAD DEL CINE ESPAÑOL

La madurez y el esplendor creativo de una nueva generación de cineastas revitaliza una producción que refleja la sociedad de la última mitad del siglo pasado con aceptación de público y crítica


La cinematografía española no está pasando un mal momento, aunque algunos medios de comunicación hayan aireado su presunta crisis. Es más, la película más taquillera del año 2003 fue una producción autóctona: La gran aventura de Mortadelo y Filemón (22 millones de euros), seguida de Los piratas del Caribe (21 millones) y la segunda parte de Matrix (15 millones), duplicando aquélla la recaudación en España de El Señor de los Anillos: Las dos torres (11 millones de euros).

Por otro lado, se aprecia un incremento en la producción durante el pasado año: 126 películas nacionales y 49 en régimen de coproducción, frente a las 114 y 39 del 2002, respectivamente. Este aumento es debido al auge del cine documental y al régimen de colaboración que la Unión Europea está desarrollando frente al coloso norteamericano.

En efecto, desde tiempos bastante lejanos –final de la Primera Guerra Mundial– el cine de Hollywood tiene prácticamente colonizada la producción europea. Por lo que respecta a nuestro país, el doblaje de todas las películas extranjeras establecido durante el franquismo incrementó esa dependencia comercial del cine estadounidense. Además, el fenómeno de las multisalas –la mayoría de capital americano– hace que las majors norteamericanas tengan monopolizadas las pantallas españolas. Asimismo, con la fusión de las cadenas digitales se anuncia una menor inversión televisiva en la industria cinematográfica para estos próximos años. Con todo, los productores españoles esperan que el Gobierno obligue a las cadenas de televisión a invertir al menos el 5% de su presupuesto en cine español, a fin de contribuir a que esta industria especializada salga de la anunciada crisis.

No obstante, la defensa que han hecho los países europeos frente al ya viejo dominio norteamericano ha sido la constante realización de un cine autóctono, películas que reflejan la idiosincrasia de cada nación y poseen una mayor creatividad artística. Junto a esto, Europa ha utilizado la protección económica gubernamental y, más recientemente, la llamada excepción cultural del cine frente al mercado libre. Son muchos los que creemos que la UE debería recoger esta cláusula en su nueva Constitución, para proteger a las industrias culturales propias. En caso contrario, el monstruo hollywoodiano se hará con el cine de la nueva Europa irremisiblemente.

Y sería una verdadera lástima, ya que en estos momentos tanto el cine español como el de los países vecinos gozan de cierto esplendor creativo. Sin ir más lejos, en España hay un movimiento denominado Joven Cine –nacido a principios de los años 90, con el hoy discutido Julio Medem (La pelota vasca) como pionero– que está dando a luz obras interesantes, que conectan con el público actual. Desde la irrupción de mujeres directoras, como Isabel Coixet (Mi vida sin mí) e Iciar Bollain (Te doy mis ojos) hasta cineastas noveles como Benito Zambrano (Solas), Achero Mañas (El Bola), Fernando León de Aranoa (Los lunes al sol) o David Trueba (Soldados de Salamina), cuyas películas poseen la aceptación del público y de la crítica más exigentes.

Por otra parte, valga recordar que Pedro Almodóvar obtuvo también el año pasado su segundo Oscar de Hollywood por el mejor guión original de Hable con ella. Aunque el popular realizador manchego es un fenómeno más social que artístico. Pienso que al tratar sin ambages en su obra cinematográfica sobre el mundo gay (como afirma en su tesis doctoral Manuel J. González Manrique, La moral religiosa en el cine español de la Transición, defendida hace muy poco en la Universidad de Granada) ha recibido el parabién y la simpatía de un amplio sector de la industria del cine estadounidense contemporáneo.

Sin embargo, la historia del cine español está llena de hitos artísticos, con clásicos como Luis Buñuel, Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem, Carlos Saura. Recientemente, en este mismo diario, el propio Berlanga se pronunció a favor del Joven Cine autóctono.

El cine español refleja, mejor o peor, la sociedad de la última mitad del siglo pasado, al mismo tiempo que evidencia con creces la madurez de unos directores llenos de posibilidades creadoras, presentes y futuras. Una muestra de ello es la nominación de la Academia de la meca del cine del filme catalán Balseros, realizado por Carles Bosch y Josep Maria Doménech, como mejor documental del 2003.

(Publicado en El Periódico de Catalunya, 29-II-2004).