viernes, enero 07, 2011

"HÉROES" Y "BRUC"; DOS DIGNAS PELÍCULAS COMERCIALES


Siguen en la cartelera de estreno dos filmes catalanes que vale la pena visionar. He aquí, pues, mi reseña crítica de ambos



HÉROES, DE PAU FREIXAS

Cataluña, años 2000 y 1980. Un joven publicista, yuppie y bastante agresivo, sufre una broma pesada en la carretera por parte de unos niños, que le impide llegar a una importante reunión de negocios. Al poco, recoge a una chica trotamundos, y ambos rememorarán el pasado: la época más emotiva de su infancia, cuando pasaron el último verano con la pandilla en un pueblo la Costa Brava. Al tiempo que evocará un hecho trágico, que acaso le hará reflexionar sobre la vacuidad de su vida.
Insólita película catalana, realizada por Pau Freixas (Barcelona, 1973) en base a un guión original co-escrito con Albert Espinosa, que fue premiada en el Festival de Cine Español de Málaga’2010 y emocionó en el Festival de Sitges, Herois parece inspirarse de la épica de la infancia tan propia del tradicional cine norteamericano (Joe Dante, Robert Zemeckis, Steven Spielberg).
Aquí, el autor de Cámara oscura (2003) –su radical ópera prima– opta más por la sana comercialidad, a través de la nostalgia de un pasado que tiene mucho de autobiográfico. Acusado de sentimental, de haber realizado “otro” Verano azul o derivado a un desenlace un tanto empalagoso, se defendería así el día de su estreno en España: “Lo cierto es que en la primera versión del guión, la película llegaba al final más entera, pero es verdad que era blanda. De alguna manera le faltaba algo. Entonces, murió uno de mis amigos de la infancia, y me pilló un shock brutal. Pasamos el duelo juntos, la pandilla, y cuando lo exorcizamos sentí que debía haber otra cosa. Cambié el guión, y la película se volvió mucho más mía. Tengo la sensación de haberme despertado a los treinta años. (...) No soy ni un Peter Pan, soy aún un niño, y cuando el productor me dijo que pensara mi próxima película busqué algo que tiene que ver conmigo. Apenas recuerdo a mi padre y con mi padrastro tuve muy mala relación, como Xavi, incluso hay una escena en clase porque para mí era un tormento. El verano era mi salvavidas. El cine era mi otro consuelo, la desconexión me flipaba, aquellas películas de Zemeckis o de Spielberg... Hoy veo Cámara oscura y pienso: “Objetivo no cumplido”. Con Héroes he aprendido a hablar de lo que soy; en eso no me equivocaré más”. (Cfr. Pedro Vallín, “Entrevista con Pau Freixas”, en La Vanguardia, 22-X-2010).
Con todo, ese tono autobiográfico le da un carácter atractivo al filme, pues el público cuarentón puede identificarse con los niños y adolescentes protagonistas. Personalmente, aunque paso de los sesenta, también he visto bien evocada esa infancia, por tener muchas reminiscencias de las hemos vivido antes los más mayores. Aun así, el toque surrealista o la trampa temporal que posee la trama –“descubierta” al final por el espectador– le dan un aire algo engañoso en aras al impactante pero bien resuelto happy end al revés.
Herois es una película blanca, incluso naïf, que interesará al gran público poco exigente, aunque no desagradará a los cinéfilos. Pero, ante todo, resulta una obra sincera, simpática, llena de momentos inspirados, muy bien realizada e interpretada, con una notable banda sonora. Alejada del antes mencionado y popular serial televisivo de Antonio Mercero, ofrece frescura y alegría, ingenuidad e inocencia, apuntes socio-psicológicos agudos y un retrato humano que deviene en reconocible; además de brindar un homenaje al cine, la TV y la música de los años ochenta.
Película eminentemente catalana –rodada en Palamós (Girona), Gavà y Dosrius (Barcelona)–, la crítica de Madrid la ha acogido con respeto. Veamos, si no, lo que escribió Alberto Bermejo: “Casi todos los recursos son legítimos para intentar arrastrar al público a las salas, y Héroes es transparente en ese sentido, apela sin complejos a la nostalgia y a toda una serie de mecanismos de probada eficacia para provocar un nudo en la garganta de los espectadores predispuestos a dejarse llevar por sus afinidades personales con los personajes y por el recuerdo idealizado del paso de la infancia a la adolescencia o, forzando un poco más, de la inevitable pérdida de la inocencia a raíz de un acontecimiento traumático. (...) La corrección narrativa, el buen trabajo de los actores, de los adultos y los menores, y la sombra de sutiles apuntes sociológicos materializan las señas de identidad de esta propuesta más que previsible desde sus primeros giros argumentales, marcada por el espíritu, sobre todo cinematográfico, de la época, en especial de E.T. y Los Goonies, que se decanta por el humor blando, los guiños melodramáticos y las emociones musicales como contrapeso”. (“Mitificación de la infancia”, en Metrópoli, suplemento cultural de El Mundo, 29-X-2010).
Por eso, Pau Freixas reiteraría su arriesgada apuesta por este nuevo cine familiar con las siguientes declaraciones: “No hay nada como creer: creer que la amistad nunca se rompe, que el amor es para siempre y que el mundo entero está ahí para que nuestros sueños se cumplan. Y que todo tiene sentido. (...) La magia existe, pero es necesario saber verla, querer que se cumpla, y recordar que un día creímos y que ésos fueron los mejores años de nuestras vidas”.
Estamos, pues, ante un singular autor fílmico –ya acreditado por numerosas series televisivas– al que habremos de tener en cuenta. De momento, ha obtenido diez nominaciones a los Premios “Gaudí” de la Acadèmia del Cinema Català.

BRUC, DE DANIEL BENMAYOR

Guerra de la Independencia, 1808. En la sierra de Montserrat, las tropas napoleónicas son derrotadas gracias a un joven carbonero, Joan; pues el retumbar de su tambor, magnificado por el eco, les hacen creer que se enfrentan con un gran ejército, al mismo tiempo que provoca un desprendimiento de rocas en la montaña que aplastará a 300 soldados. Indignado el Emperador francés, enviará a un grupo de mercenarios para acabar con el muchacho –al que apodan Bruc– que había generado tal humillación. Y tras diezmar a los habitantes del lugar, se establece una persecución y un duelo a muerte.
Esta célebre leyenda está inspirada en hechos reales, aunque hay diversas interpretaciones de aquella gesta fechada los días 6 y 14 de junio de 1808, en la también llamada Guerra del Francés. En 1948, Ignacio F. Iquino ya realizó la primera película sobre el tema, bajo el título de El tambor del Bruch, con José Nieto y Ana Mariscal como protagonistas. Y en 1981, Jordi Grau volvió a llevarla a la pantalla en coproducción con México: La leyenda del tambor (El timbaler del Bruc, 1981), interpretada por el entonces niño Jorge Sanz y Mercedes Sampietro. Ahora, en el nuevo milenio, otro filme autóctono se ocupa libremente de la famosa batalla e imagina las consecuencias de aquel histórico enfrentamiento bélico.
Los autores del guión son Jordi Gasull –antiguo alumno mío y buen amigo– y el cineasta vasco Patxi Amezcua (25 kilates), quienes se han atrevido a rescatar un relato que es viene a ser un símbolo de la libertad y de nuestra lucha por la independencia.
Pero no piense el lector que Bruc. El desafío es una película política, que aprovecha la coyuntura del clima de autodeterminación generado tras el recorte del Estatut de Catalunya. Bruc. La llegenda –título original– es una cinta de aventuras, un filme épico, una digna obra comercial que bien podríamos calificar de western catalán.
No obstante, veamos la intencionalidad que expone su joven director, Daniel Benmayor: “Cada uno interpreta los valores de la película según su situación y estado de ánimo. Existen muchas leyendas similares a la de Bruc, pero lo que está claro es que el uso desproporcionado de la fuerza no consigue nada. Bruc es un antihéroe, es un tipo que se ve obligado por las circunstancias a defenderse, luchar y acabar con la amenaza. No funciona por venganza, sino por protección hacia lo suyo. Quizá dentro de cien años se hagan películas sobre conflictos de hoy en día y que apunten hacia la misma dirección”.
Y ante la acusación de que el protagonista parece un Rambo y los villanos perseguidores abusan de la violencia, el cineasta catalán se defendería así: “Hemos intentado ser secos y duros, pero no explícitos. La violencia es innata en la caza que sufre Bruc, pero siempre de manera psicológica más que física. Intentan no causar daños colaterales, pero al no conseguir su objetivo van cambiado de estrategia hasta que la moneda cambia y les toca sufrir en sus carnes mucho de lo que han hecho al pueblo”. (Cfr. sus declaraciones en La gran ilusión, núm. 157, diciembre 2010, p. 10).
Si algo destaca en la película es el enorme partido que Benmayor y su equipo técnico han sacado de los imponentes y bellos escenarios naturales de Montserrat y del parque de Sant Llorenç del Munt, sin caer en la tarjeta postal. Por tanto, se trata de buen cine-espectáculo, con un ritmo trepidante y una notable interpretación. Un reparto presidido por Juan José Ballesta (lejos ya de su debut con El Bola, y muy cerca de la actual Entrelobos, que incluso ha aprendido catalán) y el galán galo Vincent Pérez como el capitán Maraval, con el contrapunto romántico de la joven actriz Astrid Bergès-Frisbey (Piratas del Caribe) en el papel de la sacrificada novia de “héroe” Joan, quien tiene dedicado un monumento en aquellas montañas.
Aun así, el exigente crítico Lluís Bonet Mojica alaba el filme, a la vez que pone algunas pegas al segundo largometraje de este joven realizador: “Tras debutar en Paintball, una impactante muestra de terror con trasfondo bélico, Daniel Benmayor reafirma su habilidad para conseguir imágenes que golpean al espectador. Si bien aquí se deja llevar, en ocasiones, por lirismos visuales excesivos: reiterados planos aéreos, frecuentes flashbacks, agonías interminables... Pero es una película que agarra al espectador, ofrece lances inesperados y puede funcionar comercialmente. Además, se permite acrobacias de género como acabar convirtiendo al antiguo tamborilero del Bruc en una especie de tiznado Rambo, enfrentado a un duelo mortal. La acción trepidante acaba por engullirse historias paralelas como la amorosa, que va perdiendo fuelle, y –mediante una fotografía ciertamente soberbia– todo se centra en el antihéroe y sus depredadores. (“Entre lobos y galos”, en La Vanguardia, 22-X-2010).
Si bien hay que convenir que esta cinta de género posee reminiscencias de filmes como Acorralado (Ted Kotcheff, 1982) o, en su tramo final, Apocalypto (Mel Gibson, 2006), el propio Daniel Benmayor (Barcelona, 1973) destacaría la importancia del paraje natural para evocar la historia: “Montserrat es, sin duda, un marco genial para una película de aventuras. Tanto su exterior como sus cuevas son impresionantes. Eso fue algo que siempre había pensado. Se ha rodado anteriormente allí, pero nunca de la manera que lo hemos hecho con Bruc”.
En efecto, tuvieron que utilizar hasta burros para cargar con el material técnico, porque ni los quads ni los todoterrenos podían llegar a ciertos lugares. Y a tal fin, contarían también con el presupuesto y los medios necesarios para llevar a cabo una producción que posee ambición internacional. Han sido claves la inversión económica de Televisió de Catalunya y la compañía Telefónica, así como la distribución de Universal Pictures. De ahí que Bruc. El desafío se exhibirá en el extranjero, allende las fronteras. Y eso es un estímulo para el endémico cine catalán de nuestros amores (y dolores).

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